“LO QUE SABE UNA MESA”
Soy una mesa. Una simple mesa. Una simple y llana mesa de una clase
cualquiera. De un instituto. De una ciudad. Una simple mesa de mundo, vamos.
¿Mundo? Una mesa hablando de mundo… seguro que se os ha escapado una
sonrisa, mientras pensáis qué cosas podrá saber una mesa sobre el mundo…, pues
todo. Absolutamente todo. Y sin salir de estas cuatro paredes que rodean mi
existencia. Porque existo. No voy a decir que tengo vida, no, no, tranquilos. A ver si
vais a pensar que soy una mesa con delirios de grandeza. No, no. Solo expongo
hechos objetivos. Existo, y sé del mundo. Así de corto y así de sencillo.
No en vano llevo escuchando miles de horas a los profesores. Porque yo sí
escucho. Muchos humanos no podéis decir eso. Vamos. Lo sabré yo. A esta clase
vienen y van humanos constantemente. Cuando me voy acostumbrando a ellos, un
buen día, se van, y vienen otros. Pues os lo aseguro. Siempre, siempre, hay uno que
no oye. Bueno. Quien dice uno dice cinco, diez, … Que nada. Que ya puede hablar el
profesor, que por ellos, esas palabras no pasan. Eso tendría que estudiarse. Porque
además solo dejan de escuchar entre estas paredes. Por lo que cuentan, fuera de
aquí oyen estupendamente bien.
Pero me estoy desviando del tema. Os decía que yo sé mucho. Muchísimo.
Faraones, derivadas, balances, dinteles, reacciones, perífrasis, microscopios,…
preguntad, preguntad lo que queráis. Yo lo sé. Hasta en otros idiomas me lo sé. Of
course.
Eso no lo podéis decir vosotros. Unos, como ya he dicho, porque no escucháis.
Otros, porque os da por hablar. Ya, ya, solo en susurros, pero, ¿qué creéis, que yo no
os escucho? Vaya si os escucho. Y eso me llena más de sabiduría. No solo se de
pirámides. También de videojuegos. Y de discotecas. Y de ligues. Bufh, de ese tema,
si yo os contara… pero de eso no os examinan.
Sí, porque ya os imagináis. También se mucho de exámenes. No os habrá
gustado que saque el tema. Porque sé que vosotros, escucháis esa palabra, y hasta
os cambia la respiración. Y yo, sin embargo, disfruto. Os podéis imaginar la situación,
para mí lo de los exámenes es como el teléfono “escacharrao”. Yo oigo al profesor. Y
luego escribís sobre mi cada cosa… Pero que barbaridades, oye. Bueno, otros no.
Otros hacéis una transcripción al pie de la letra. Claro, esos papelitos que escondéis,
con esa letra tan pequeñita, que llamáis filetes… ¿o eran chuletas? Bueno, no
importa, eso ayuda bastante, ¿eh? Aunque su uso os acelera el corazón. Que
nervios, si a veces hasta tiemblo yo. Otros no, los que sois más expertos, tenéis una
seguridad que yo como mesa, que voy a decir, lo prefiero.
Tampoco me gusta cuando alguno de vosotros os desbordáis por los ojos.
Vamos, lo que comúnmente llamáis llorar. Puedo afirmar que vuestras lágrimas son
saladas. Claro, sobre mí han caído varias. Muchas. Pero también de alegría, oye.
Porque a veces, vaya risas que hay en clase. Con o sin el profesor. Ese no siempre
se ríe tanto. Debe ser la edad.
Hablando de edad, yo no tengo, claro. Ya os he dicho, no soy un ser vivo. Para
mí no existe el tiempo. Lo mío es una existencia tipo déjà vu. Para que me entendáis
mejor, os decía que las historias se repiten, y no me refiero a la de Napoleón, a la de
Cervantes o la del primo de un tal Rivera. Que también. Me refiero a las vuestras.
Todos vivís las mismas fases, los mismos disgustos, las mismas alegrías, las mismas
incertidumbres, … : que si mis padres me dejan hasta tal hora, y a los demás siempre
más; que si ya es hora de elegir que estudiar en la universidad, que por fin, Fulanito
me ha dirigido la palabra; que hay que ver el profe, que manía me tiene; que si se me
acaba la batería del móvil, que horror; que lo que ocurre es que siempre tengo mala
suerte en los exámenes;… ¿Os suenan estas historias, verdad?
Es curioso. Cada uno de vosotros os sentís los centros del universo. Todo,
todo, hasta lo más nimio, puede ser un mundo para vosotros. Pero a la mañana
siguiente ya no. Debe ser que hacéis borrón y cuenta nueva. Os limpiarán las
cabezas por la noche, digo yo. Porque a mí me limpian. Todos los días. Es un
momento agradable. Luego en la clase se queda un extraño olor a esos productos
que utilizan, que yo creo me sumen en un extraño sopor, suficiente para no aburrirme
hasta que aparecéis otra vez por la mañana con vuestras caras adormiladas.
Y en esas horas que no estáis debe ser que sueño. Ya, ya sé que eso es más
de vosotros que de mí, pero que queréis, son muchos años juntos, algo se pegará,
digo yo. Y sueño con un rey haciendo integrales, busco el sintagma nominal en una
ecuación química, identifico los grupos funcionales en las columnas góticas, se me
aparece Galileo transformando a pasiva los impuestos económicos, represento en los
ejes de coordenadas al cloruro de sodio,…, ya me entendéis, esas cosas.
Y al día siguiente otra vez se me aclaran las ideas, y vivo a través de vosotros,
y cuando os vais, siento vacío y una cierta envidia, porque debe ser más bonito
moverse que estar quieto. Actuar que ser un mero espectador. Sentir. En definitiva,
vivir.
Si yo os pudiera hablar, os lo diría. Aprovechad que tenéis vida. No está mal
ser un tablero con cuatro patas, dentro de una clase en algún lugar del mundo, pero
ser un humano debe ser alucinante. Creedme. Porque ya os lo he dicho. Soy una
mesa muy sabia.
Raquel Bermejo