domingo, 23 de abril de 2023

CELEBRAMOS EL DÍA DEL LIBRO ANUNCIANDO LOS GANADORES DEL II CERTAMEN DE RELATO CORTO

 

Hoy es el Día del Libro y lo celebramos con la publicación de los ganadores de nuestro II Certamen de Relato Corto del Lope de Vega organizado por la comisión de la Lopeteca

 

Ante todo mil gracias a toda la comunidad educativa que ha participado. Sin vosotros y vosotras esto no tendría sentido. Enhorabuena por ese derroche de creatividad y por ese amor a las letras. Queremos hacer una mención especial a los relatos que han quedado finalistas en las dos categorías, ya que han estado muy cerca en las puntuaciones de nuestros jurados.


Ya nos hemos puesto en contacto con los ganadores que  podrán disfrutar de un cheque de 40 euros para canjear en una librería del barrio. 


Os dejamos los relatos para que disfrutéis en un día tan especial como hoy:)

Categoría «Alumnos y alumnas del Lope»

PRIMER PREMIO

Pseudónimo: Vanesa Brando

Nombre: Elizabeth Mónica Parra Hernández

Título: «Lo que el interior esconde»

Puntuación del jurado: 32

 

FINALISTAS

Pseudónimo: Dante Infesto

Título: «Juego de Espejos»

Puntuación del jurado: 31

 

Pseudónimo: El Quiltro

Título: «Carta última»

Puntuación del jurado: 30,2

 


 

 

Categoría «Adultos del Lope»

 

 

PRIMER PREMIO

Pseudónimo: Narciso Sánchez Roma

Nombre :Gonzalo Aróstegui Lasarte

Título: «Una obra de arte en sí mismo»

Puntuación del jurado: 31

 

FINALISTAS

Pseudónimo: Ojosbosques

Título: «Pequeño Relato de un viaje»

Puntuación del jurado 30,4

 

Pseudónimo: Luna de abril

Título: «Vuelven las olas»

Puntuación del jurado: 29,4


Relatos Ganadores

LO QUE EL INTERIOR ESCONDE.

¿Esto es una pesadilla?

El dolor es demasiado real como para ser fruto de mi imaginación, en cada latigazo que recibe mi espalda noto como se lleva parte de mi dignidad, seguridad, confianza, piel; se lleva mi piel.

Quiero despertar, sé que no podré aguantar mucho más, mi cuerpo tiembla, mis ojos se humedecen, pero a la vez mis parpados suplican por bajar y no observar, hacer realidad ese refrán que tanto he escuchado: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, y es lo que realmente quiero, que mi corazón no sintiera la decepción que me causa saber quien me está haciendo daño.

Lo último que escucho es un pitido que taladra mi tímpano, lo que sigue es el silencio, la paz, ¿Se acabó mi pesadilla?

Ya no noto correr mi sangre por mi espalda, ni mis lágrimas bañando mi rostro.

¿Se ha cansado?

Me atrevo a abrir mis ojos arriesgándome a que se dé cuenta que no estoy inconsciente, los abro para ver que no hay nadie a mi alrededor, que mi habitación está vacía.

Estoy boca abajo con mi brazo izquierdo colgando de mi cama, me levanto con mucha dificultad para ver que en el suelo hay un charco de mi sangre, miro mi mano para darme cuenta que es de ahí de donde gotea, procedente de mi espalda.

Me doy la vuelta muy lentamente para mirar el pasillo que comunica las habitaciones, asomo la cabeza por el marco de la puerta de madera, para notar el absoluto silencio que embarga el lugar, doy un paso notando el frío suelo debajo de mis pies descalzos, pero no se compara con el frío que recorre cada musculo de mi cuerpo, mi sangre tiñe mi largo camisón de algodón blanco, sigo andando hasta que me encuentro con el ser que me causó estas heridas irreparables, profundas; la ira me consume.

¿Por qué no le puedo devolver todo el daño?

Inconscientemente doy dos pasos para chocar mis dedos desnudos con las puntas de las botas negras de militar desgastadas por el paso de los años, subo la mirada lentamente fijándome en detalles, esos que me repugnan, los pantalones grises tienen tantas manchas que poco se puede ver de su color natural, su cinturón, ese que ha chocado contra mi espalda más de cincuenta veces, todavía está mi sangre ahí, parece de color rojo aunque su color sea otro, mi piel se eriza, no se ha dignado ni en limpiar mi dolor.

Su tripa sobresale por encima del cinturón, la camisa está manchada de alcohol, en el ambiente se mezclan el olor de la cerveza y el JB y me dan ganas de vomitar.

¿No lo notas? ¿Notas ese hedor a borracho? ¿Percibes la ira que emana de mí? ¿La venganza corriendo por mis venas?

Tengo dos cosas claras, la primera es que tengo que acabar con él de una vez y la segunda es que si lo hiciera, por fin sería libre, libertad, una palabra que no tiene cavidad en mi vocabulario.

Paseo mi mirada por la estancia, buscando, pero ¿el qué?, y de repente sé lo que busco, no tardo en cruzar la estancia hasta allí y cojo el objeto pesado, me ciego y siento satisfacción con lo que voy hacer, ando hacía mi objetivo y cuando ya estoy a un paso, no lo dudo, no me tiembla el pulso, cojo con más fuerza la herramienta de trabajo, la hoz, y tan rápido como cojo aire le rebano el cuello, sus ojos se abren de golpe y me miran, pero no lo dejo ahí, quiero que su cuerpo termine tan dañado como el mío, y vuelvo a levantar la hoz afilada y la paseo por su pecho abriéndole en canal, como un libro, sé que todavía siente dolor, todavía tiembla ahogándose en su propia sangre, vuelvo a utilizar mi arma, y la incrusto en su pecho a la altura de su corazón y puedo ver en sus ojos como la vida se le escapa entre los dedos y yo solo puedo sentir satisfacción plena, sonrío, conseguí mi venganza.

Sigo observando su cuerpo inerte, entonces con toda mi tranquilidad recorriendo todo mi ser, deshago mi camino para hacer mis maletas e irme de esta cárcel. En todo el camino sonrío y me paro para ver mi reflejo en el espejo del pasillo, mi sangre se mezcla con la suya, aunque no siento repugnancia sino victoria, sigo mi camino cuando mi andar apresurado se para en seco mirando mi cama, mi sonrisa se borra y la alegría antes sentida se esfuma para darme cuenta que soy yo la que estoy en la cama, estoy tumbada boca abajo, con mi piel demasiado pálida, mi brazo colgando, ya no corre la sangre por mi espalda, mi camisón roto dejando al descubierto mi carne hecha girones, mis ojos permanecen abiertos mirando a la nada, sin vida.

Y es entonces cuando soy libre de ti papá, puedo marcharme con la conciencia tan tranquila que no me importaría pudrirme en el infierno por haberte condenado.

 

 

Elizabeth Mónica Parra Hernández– Vanesa Brando.

Primer premio Categoría «Alumnos y alumnas del Lope»

 

 


 

UNA OBRA DE ARTE EN SÍ MISMO

—Documentación, por favor —solicitó de nuevo.

El policía nacional miraba a aquel individuo sin salir de su asombro, pero sin poder llegar a indignarse.

—Le vuelvo a repetir que el señor Martínez no viaja en calidad de ser humano, así que no tiene por qué mostrarle documentación alguna. Yo soy su marchante y respondo por él —dijo el acompañante.

—El señor Martínez tiene un billete a su nombre, así que debe mostrar su documentación si quiere viajar. —El policía trató de mantener la calma, aunque dejó clara su autoridad—: Las cosas son así.

La multitud se apretujaba para pasar el control, y ya se empezaban a escuchar las primeras quejas. «¿Qué pasa?», se oía. «Uno que no quiere entregar la documentación.» «¿Por qué?» «Porque dice que es una obra de arte.» «Un loco.» «Un enfermo.» «Sí, hombre. ¡Un jeta!»

El señor Martínez, mientras tanto, no se inmutaba. Vestido completamente de blanco, la mirada perdida y los labios sellados, su pelo corto y sus gafas de concha le daban un aspecto de Herman Hesse aún más colgado. El policía recordaba una foto de una edición de Siddharta, que había visto leer a su hermano al menos cuatro o cinco veces. O más. Su hermano no había querido ser policía.

El marchante entregó un documento que llevaba en la mano al miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Era una solicitud de exportación temporal con el membrete del Ministerio de Educación y Cultura encabezándola. El señor Martínez, «una obra de arte fabricada con materias orgánicas vivas», debía ser trasladado temporalmente a un país del norte de Europa para ser expuesto en algún museo. El documento tenía el correspondiente sello del organismo oficial. El policía miró a su alrededor preocupado, porque aquello no parecía una tomadura de pelo.

—Si es una obra de arte, el señor Martínez debería viajar en la bodega —dijo perspicaz.

—No sería bueno para la conservación de la obra.

—Cualquier pasajero con billete debe mostrar su documentación. —Esta vez el policía se dejó arrastrar por las convenciones al intentar dar la vuelta a su argumento. El marchante guardó silencio uno segundos, hasta que extrajo un papel doblado de su chaqueta.

—Mire —dijo—, quizá esto le convenza.

El policía cogió lo que el marchante le ofrecía. Era un recorte de un periódico en el que se veía al señor Martínez, a la obra, en una foto —con la misma ropa alba— bajo la que un titular rezaba: «Fuerte polémica en O.». Mutilado por la acción de unas tijeras, arrancaba un texto que hablaba de la controversia creada por el artista que a sí mismo se exhibía y lo que muchos consideraban una mera provocación. El policía leía, aun a sabiendas de que no debía hacerlo. La masa, en el ínterin, se había revolucionado y las quejas habían dado paso a los gritos. Las palabras del marchante interrumpieron su lectura:

—Siendo éste como es un caso excepcional, un radical experimento estético, entiendo sus dudas y comprendo sus razones. Me pongo en su lugar, agente. ¿Un ser humano que al ser obra de arte deja de ser, y nunca mejor dicho, humano? ¿Una obra de arte demasiado humana para que merezca que se aplique en su persona la Declaración Universal de Derechos Humanos, que infringiríamos, claro, si le dejamos viajar en la bodega reduciéndole a mero objeto que no siente, que no piensa, que no sabe? La vanguardia, bien sabe usted. ¿Dónde empieza la ficción?, ¿dónde acaba la realidad? La vida imita al arte, el arte imita a la vida. Pero ¿qué es el arte?, ¿qué es la vida? ¿Qué?

El policía asistía atónito a aquel tour de force del marchante del señor Martínez, una obra de arte autosuficiente. De repente vio que una pareja de la Guardia Civil se acercaba e intentaba tranquilizar a los viajeros. La situación se le escapaba de las manos.

—Pasen, pasen —dijo. No tenía otro remedio.

El señor Martínez y su marchante se alejaron. El rostro de la obra no se había alterado y se dirigía a la zona de embarque como si nada hubiera sucedido.

—¿Qué sucede? Decían algo de una obra de arte —preguntó uno de los guardias.

—Nada, unos del Ministerio de Cultura que van a una exposición. Parecía que no tenían los papeles en regla, pero ya está todo solucionado.

—Pues vaya jaleo que se ha armado.

—Sí, voy a seguir con mi trabajo. Me espera una buena cola.

Los guardias se alejaron. El policía ojeó el pasaporte que le entregaban hasta que una voz con fuerte acento extranjero le sacó de su abstracción:

—Perdone.

—¿Sí…? ¿Eh? Tome, tome.

Acababa de caer en la cuenta de que el marchante del señor Martínez tampoco le había enseñado su documentación.

 

 

Gonzalo Aróstegui LasarteNarciso Sánchez Roma

Primer premio Categoría «Adultos del Lope»