Hoy es el Día del Libro y lo celebramos
con la publicación de los ganadores de nuestro II Certamen de Relato Corto del
Lope de Vega organizado por la comisión de la Lopeteca
Ante todo mil gracias a toda la comunidad educativa que ha participado. Sin vosotros y vosotras esto no tendría sentido. Enhorabuena por ese derroche de creatividad y por ese amor a las letras. Queremos hacer una mención especial a
los relatos que han quedado finalistas en las dos categorías, ya que han estado
muy cerca en las puntuaciones de nuestros jurados.
Ya nos hemos puesto en contacto con los ganadores que podrán disfrutar de un cheque de 40 euros para canjear en una librería del barrio.
Os dejamos los relatos para que disfrutéis en un día tan especial como hoy:)
Categoría «Alumnos y alumnas del
Lope»
PRIMER
PREMIO
Pseudónimo: Vanesa Brando
Nombre: Elizabeth Mónica Parra Hernández
Título: «Lo que el interior esconde»
Puntuación del jurado: 32
FINALISTAS
Pseudónimo: Dante Infesto
Título: «Juego de Espejos»
Puntuación del jurado: 31
Pseudónimo: El Quiltro
Título: «Carta última»
Puntuación del jurado: 30,2
Categoría «Adultos del Lope»
PRIMER
PREMIO
Pseudónimo: Narciso Sánchez Roma
Nombre :Gonzalo Aróstegui Lasarte
Título: «Una obra de arte en sí mismo»
Puntuación del jurado: 31
FINALISTAS
Pseudónimo: Ojosbosques
Título: «Pequeño Relato de un viaje»
Puntuación del jurado 30,4
Pseudónimo: Luna de abril
Título: «Vuelven las olas»
Puntuación del jurado: 29,4
Relatos Ganadores
LO QUE EL INTERIOR
ESCONDE.
¿Esto es una pesadilla?
El dolor es demasiado real como para ser
fruto de mi imaginación, en cada latigazo que recibe mi espalda noto como se
lleva parte de mi dignidad, seguridad, confianza, piel; se lleva mi piel.
Quiero despertar, sé que no podré
aguantar mucho más, mi cuerpo tiembla, mis ojos se humedecen, pero a la vez mis
parpados suplican por bajar y no observar, hacer realidad ese refrán que tanto
he escuchado: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, y es lo que realmente
quiero, que mi corazón no sintiera la decepción que me causa saber quien me
está haciendo daño.
Lo último que escucho es un pitido que
taladra mi tímpano, lo que sigue es el silencio, la paz, ¿Se acabó mi
pesadilla?
Ya no noto correr mi sangre por mi
espalda, ni mis lágrimas bañando mi rostro.
¿Se ha cansado?
Me atrevo a abrir mis ojos arriesgándome
a que se dé cuenta que no estoy inconsciente, los abro para ver que no hay
nadie a mi alrededor, que mi habitación está vacía.
Estoy boca abajo con mi brazo izquierdo
colgando de mi cama, me levanto con mucha dificultad para ver que en el suelo
hay un charco de mi sangre, miro mi mano para darme cuenta que es de ahí de
donde gotea, procedente de mi espalda.
Me doy la vuelta muy lentamente para
mirar el pasillo que comunica las habitaciones, asomo la cabeza por el marco de
la puerta de madera, para notar el absoluto silencio que embarga el lugar, doy
un paso notando el frío suelo debajo de mis pies descalzos, pero no se compara
con el frío que recorre cada musculo de mi cuerpo, mi sangre tiñe mi largo
camisón de algodón blanco, sigo andando hasta que me encuentro con el ser que
me causó estas heridas irreparables, profundas; la ira me consume.
¿Por qué no le puedo devolver todo el
daño?
Inconscientemente doy dos pasos para
chocar mis dedos desnudos con las puntas de las botas negras de militar
desgastadas por el paso de los años, subo la mirada lentamente fijándome en
detalles, esos que me repugnan, los pantalones grises tienen tantas manchas que
poco se puede ver de su color natural, su cinturón, ese que ha chocado contra
mi espalda más de cincuenta veces, todavía está mi sangre ahí, parece de color
rojo aunque su color sea otro, mi piel se eriza, no se ha dignado ni en limpiar
mi dolor.
Su tripa sobresale por encima del
cinturón, la camisa está manchada de alcohol, en el ambiente se mezclan el olor
de la cerveza y el JB y me dan ganas de vomitar.
¿No lo notas? ¿Notas ese hedor a
borracho? ¿Percibes la ira que emana de mí? ¿La venganza corriendo por mis
venas?
Tengo dos cosas claras, la primera es
que tengo que acabar con él de una vez y la segunda es que si lo hiciera, por
fin sería libre, libertad, una palabra que no tiene cavidad en mi vocabulario.
Paseo mi mirada por la estancia,
buscando, pero ¿el qué?, y de repente sé lo que busco, no tardo en cruzar la
estancia hasta allí y cojo el objeto pesado, me ciego y siento satisfacción con
lo que voy hacer, ando hacía mi objetivo y cuando ya estoy a un paso, no lo dudo,
no me tiembla el pulso, cojo con más fuerza la herramienta de trabajo, la hoz,
y tan rápido como cojo aire le rebano el cuello, sus ojos se abren de golpe y
me miran, pero no lo dejo ahí, quiero que su cuerpo termine tan dañado como el
mío, y vuelvo a levantar la hoz afilada y la paseo por su pecho abriéndole en
canal, como un libro, sé que todavía siente dolor, todavía tiembla ahogándose
en su propia sangre, vuelvo a utilizar mi arma, y la incrusto en su pecho a la
altura de su corazón y puedo ver en sus ojos como la vida se le escapa entre
los dedos y yo solo puedo sentir satisfacción plena, sonrío, conseguí mi
venganza.
Sigo observando su cuerpo inerte,
entonces con toda mi tranquilidad recorriendo todo mi ser, deshago mi camino
para hacer mis maletas e irme de esta cárcel. En todo el camino sonrío y me
paro para ver mi reflejo en el espejo del pasillo, mi sangre se mezcla con la
suya, aunque no siento repugnancia sino victoria, sigo mi camino cuando mi
andar apresurado se para en seco mirando mi cama, mi sonrisa se borra y la
alegría antes sentida se esfuma para darme cuenta que soy yo la que estoy en la
cama, estoy tumbada boca abajo, con mi piel demasiado pálida, mi brazo
colgando, ya no corre la sangre por mi espalda, mi camisón roto dejando al descubierto
mi carne hecha girones, mis ojos permanecen abiertos mirando a la nada, sin
vida.
Y es entonces cuando soy libre de ti
papá, puedo marcharme con la conciencia tan tranquila que no me importaría
pudrirme en el infierno por haberte condenado.
Elizabeth
Mónica Parra Hernández– Vanesa Brando.
Primer premio Categoría «Alumnos y
alumnas del Lope»
UNA OBRA DE ARTE EN SÍ
MISMO
—Documentación, por favor —solicitó de
nuevo.
El policía nacional miraba a aquel
individuo sin salir de su asombro, pero sin poder llegar a indignarse.
—Le vuelvo a repetir que el señor
Martínez no viaja en calidad de ser humano, así que no tiene por qué mostrarle
documentación alguna. Yo soy su marchante y respondo por él —dijo el
acompañante.
—El señor Martínez tiene un billete a su
nombre, así que debe mostrar su documentación si quiere viajar. —El policía
trató de mantener la calma, aunque dejó clara su autoridad—: Las cosas son así.
La multitud se apretujaba para pasar el
control, y ya se empezaban a escuchar las primeras quejas. «¿Qué pasa?», se
oía. «Uno que no quiere entregar la documentación.» «¿Por qué?» «Porque dice
que es una obra de arte.» «Un loco.» «Un enfermo.» «Sí, hombre. ¡Un jeta!»
El señor Martínez, mientras tanto, no se
inmutaba. Vestido completamente de blanco, la mirada perdida y los labios
sellados, su pelo corto y sus gafas de concha le daban un aspecto de Herman
Hesse aún más colgado. El policía recordaba una foto de una edición de Siddharta, que había visto leer a su
hermano al menos cuatro o cinco veces. O más. Su hermano no había querido ser
policía.
El marchante entregó un documento que
llevaba en la mano al miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Era una
solicitud de exportación temporal con el membrete del Ministerio de Educación y
Cultura encabezándola. El señor Martínez, «una obra de arte fabricada con
materias orgánicas vivas», debía ser trasladado temporalmente a un país del
norte de Europa para ser expuesto en algún museo. El documento tenía el
correspondiente sello del organismo oficial. El policía miró a su alrededor
preocupado, porque aquello no parecía una tomadura de pelo.
—Si es una obra de arte, el señor
Martínez debería viajar en la bodega —dijo perspicaz.
—No sería bueno para la conservación de
la obra.
—Cualquier pasajero con billete debe
mostrar su documentación. —Esta vez el policía se dejó arrastrar por las
convenciones al intentar dar la vuelta a su argumento. El marchante guardó
silencio uno segundos, hasta que extrajo un papel doblado de su chaqueta.
—Mire —dijo—, quizá esto le convenza.
El policía cogió lo que el marchante le
ofrecía. Era un recorte de un periódico en el que se veía al señor Martínez, a
la obra, en una foto —con la misma ropa alba— bajo la que un titular rezaba:
«Fuerte polémica en O.». Mutilado por la acción de unas tijeras, arrancaba un
texto que hablaba de la controversia creada por el artista que a sí mismo se
exhibía y lo que muchos consideraban una mera provocación. El policía leía, aun
a sabiendas de que no debía hacerlo. La masa, en el ínterin, se había
revolucionado y las quejas habían dado paso a los gritos. Las palabras del
marchante interrumpieron su lectura:
—Siendo éste como es un caso
excepcional, un radical experimento estético, entiendo sus dudas y comprendo
sus razones. Me pongo en su lugar, agente. ¿Un ser humano que al ser obra de
arte deja de ser, y nunca mejor dicho, humano? ¿Una obra de arte demasiado
humana para que merezca que se aplique en su persona la Declaración Universal
de Derechos Humanos, que infringiríamos, claro, si le dejamos viajar en la
bodega reduciéndole a mero objeto que no siente, que no piensa, que no sabe? La
vanguardia, bien sabe usted. ¿Dónde empieza la ficción?, ¿dónde acaba la
realidad? La vida imita al arte, el arte imita a la vida. Pero ¿qué es el
arte?, ¿qué es la vida? ¿Qué?
El policía asistía atónito a aquel tour
de force del marchante del señor Martínez, una obra de arte autosuficiente. De
repente vio que una pareja de la Guardia Civil se acercaba e intentaba
tranquilizar a los viajeros. La situación se le escapaba de las manos.
—Pasen, pasen —dijo. No tenía otro
remedio.
El señor Martínez y su marchante se
alejaron. El rostro de la obra no se había alterado y se dirigía a la zona de
embarque como si nada hubiera sucedido.
—¿Qué sucede? Decían algo de una obra de
arte —preguntó uno de los guardias.
—Nada, unos del Ministerio de Cultura
que van a una exposición. Parecía que no tenían los papeles en regla, pero ya
está todo solucionado.
—Pues vaya jaleo que se ha armado.
—Sí, voy a seguir con mi trabajo. Me
espera una buena cola.
Los guardias se alejaron. El policía
ojeó el pasaporte que le entregaban hasta que una voz con fuerte acento
extranjero le sacó de su abstracción:
—Perdone.
—¿Sí…? ¿Eh? Tome, tome.
Acababa de caer en la cuenta de que el
marchante del señor Martínez tampoco le había enseñado su documentación.
Gonzalo
Aróstegui Lasarte– Narciso Sánchez
Roma
Primer premio Categoría «Adultos del
Lope»